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Madera tierna


· Sinitaivas 054 - 20/08/02


Desearía ser fuerte como acero y soportar mi carga, desearía ser duro como piedra y no sufrir daño, quisiera ser vigoroso y afrontar cada golpe como el primero, y ser poderoso y luchar sin descanso hasta encontrar mi meta... pero no lo soy...

Encierro bajo mi apariencia fría un espíritu débil, un esqueleto frágil, un corazón dolido, una sombra gris que huele a madera quemada, un aliento sordo que sabe a lluvia fría, un triste personaje que trata de preservar su esperanza más allá de todo contratiempo, un flaco galán que ofrece vaga resistencia al viento cruel que le azota en la cara, una madera tierna en la que clavar alguna púa no requiere esfuerzo.

Una vez alguien me contó la historia de un padre, que para hacerle ver a su joven hijo la importancia de ser atentos en el trato a las personas, le propuso a éste que clavara un clavo en una puerta de madera cada vez que fuese grosero o hiciera sentir mal a alguien. El niño como tenía un temperamento fuerte e impulsivo no tardó mucho en introducir los primeros clavos, y la cuenta no cesaba, aunque como se había propuesto mejorar en sus modales, al tiempo hizo notar a su padre que ya no había puesto más clavos en la puerta, pues su comportamiento había mejorado enormemente.

El padre le dijo al muchacho que por cada vez que hiciese una buena acción o hiciese sentir bien a alguien retirara de la puerta uno de aquellos clavos.

Cuando estuvieron todos retirados, el niño orgulloso acudió a su padre para informarle de que ningún clavo quedaba ya incrustado en la puerta. El padre se acercó al niño y le dijo: "A pesar de que has retirado todos los clavos, fíjate, la puerta está llena de agujeros, está dañada. Cuando hacemos daño a alguien podemos enmendar nuestro error de la mejor manera posible, pero es imposible evitar el daño que ya está hecho. En lo sucesivo piensa en esto y trata de no ser grosero ni hacer mal a nadie."

Yo supongo que en nuestra mano sólo está evitar dañar a los demás, y por desgracia se escapa el poder de evitar sentirnos dolidos. Y resulta hasta cierto punto triste no tener remedio ni control, no encontrar enmienda  ni arreglo a aquellas muescas que dejan sobre nosotros los clavos ajenos, aun después de ser, de una u otra manera, retirados...
Es como si fuésemos madera tierna en la que clavar alguna púa no requiere esfuerzo, como un esqueleto frágil, un corazón dolido, una sombra gris que huele a madera quemada, un aliento sordo que sabe a lluvia fría, un triste personaje que trata de preservar su esperanza más allá de todo contratiempo, un flaco galán que ofrece vaga resistencia al viento cruel que le azota en la cara...

Y lo único que podemos hacer por nosotros es no hacer daño al resto..., retirar algún clavo de nuestro propio corazón de vez en cuando, y retirar aquellos que nos sea posible de los corazones ajenos siempre que podamos...


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