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Comida para dos


· Sinitaivas 042 - 28/06/02


Debí haberme dado cuenta antes, ..., no entiendo como pudo ocurrir algo así sin a penas enterarme...

Sentado a la mesa, frente a la comida, no dejaba de mirar el plato medio lleno de exquisitos tallarines que, tan solo hacía unos minutos, había preparado. Y lo miraba extrañado y a la vez triste, y en cierto modo no podía dejar de estar contento por lo que sentía. Os preguntaréis, sin duda, qué tenía de extraño un plato medio lleno de comida rápida, de fácil preparación y presentación dudosa, como la de todos mis platos... Y la respuesta, tal vez, os parezca sencilla si os digo que llevaba comiendo de él algún rato, y había saciado, casi del todo, mi voraz apetito; había hecho comida para dos...

No es que mis escasas dotes culinarias me hubiesen jugado una mala pasada, como otras veces, al tasar los ingredientes, ni que el hambre se hubiese marchado sin avisar, de repente; tampoco es que la comida estuviese infumable, pues ya os comenté que a mi basto paladar de estudiante, le había parecido una exquisitez aquel sencillo plato. Era simplemente que había hecho comida para dos, sin darme cuenta, como llamándola una vez más para que se sentara a la mesa conmigo.

Acababa de marcharse y ya la echaba de menos, ..., miraba hacia la izquierda para ver su silla vacía, giraba la cabeza hacia la derecha para observar su habitación oscura y triste tras su marcha, al final del pasillo solitario, y volvía la vista al frente para ver esa ración de comida que aún quedaba en mi plato y que, sin pensar, había hecho para ella...

Y entonces comprendí, que sin querer, en silencio, casi sin avisar, ella había entrado a formar parte de mi vida, y yo de la suya, ..., y ahora me sentía incompleto por no tenerla cerca...

Luego me sentí triste, de una manera especial como antes nunca había sentido, y no fue, por supuesto, por tener que arrojar a la basura los restos de aquella solitaria pitanza, sino porque quería tenerla una vez más frente a mí, junto a la mesa, para mirarla a sus castaños ojos y decirle cuanto la quería, salvando en la medida de lo posible ese extraño nudo que se crea en la garganta cuando uno dice las cosas desde el corazón, ..., ese corazón que se sentía, como yo, incompleto por estar lejos del objeto de cada uno de sus latidos... de su otra mitad...



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