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Deja de llover


· Sinitaivas 039 - 10/05/02


Había dejado de llover y aún rezumaba el suelo ese agradable aroma a tierra empapada, como si fuese un hermoso encantamiento que aviva los sentidos, calma corazones y llama a la vida. Pero el cielo estaba todavía apagado y gris, como cubierto de un denso manto opaco que rodeaba todo cuanto los ojos, también húmedos, eran capaces de llegar a ver.

Apoyado en el quicio de la puerta principal del hangar, con las manos metidas en los bolsillos, encogido, con mi vista perdida en el inmenso y gris cielo, rumiaba mis pensamientos, una y otra vez, como siempre, intentando sacar en limpio alguno que mereciese la pena, que diera explicación o respuesta, de algún modo u otro, a las preguntas que la lluvia me había traído.

Me repetía una y otra vez, entre melancólico y resignado, que todo había resultado ser un suceso desgraciado, sencillamente, una pena. Me decía a mí mismo, una y otra vez, que yo había hecho cuanto en mi mano estaba, y me lo repetía una y otra vez para alejar ese sentimiento de culpa que me atormentaba desde hacía tanto.

Luego pensaba en lo bonito que hubiese podido ser, y no fue, ... y finalmente me decía, intentando alejar de mí aquella lluvia interior, que lo que no podía ser, no podía ser y, además, era imposible...

Ya sumergido en una incesante batalla íntima entre mis sueños y mis realidades, recordaba las palabras de ánimo de aquel viejo y curtido piloto, que era mi padre, diciéndome que siempre, siempre había que seguir hacia delante, ... palabras que a menudo venían en mi ayuda en cada uno de mis viajes, cuando los rumbos se torcían y los vientos castigaban, cuando los planes se rompían y los nortes se mezclaban...

Cuando volví a alzar la vista hacia el cielo ya había escampado, y los primeros rayos de luz del sol de la tarde se filtraban a través de los claros en el cielo, como si recién acabaran de despertar de un agradable letargo, que en mi corazón y en mi memoria había durado demasiado.

Cogí mi petate y aceleré el paso hacia mi planeador, intentando aprovechar la tregua que la lluvia me ofrecía, y noté como se dibujaba poco a poco, casi sin quererlo, una leve sonrisa en mi rostro al recordar ese pequeño trabalenguas que me obsequió un buen amigo y que decía:
"No hay nada peor que no hacer nada por creer que no se puede hacer nada."

Tal vez siempre se pueda hacer algo, tal vez siempre haya que seguir adelante...



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