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El Faro II


· Sinitaivas 038 - 02/02/02


Y para que durante la noche también pudiera su esposa encontrar el camino de regreso, en lo alto de la torre encendió una hoguera que mantuvo viva noche y día, cuidando bien de ella, para que ni el viento ni la lluvia logran nunca menguar su llama.

Y cuenta la leyenda que así lo hizo, y sin más ayuda que sus propias manos erigió en la más alta peña de la costa, la más alta torre de roca construida, y en lo alto de la torre prendió una hoguera que jamás dejó menguar, para que su esposa encontrara en el día y en la noche el camino de vuelta.

Y los días y las noches pasaron tan seguidos y a la vez tan eternos, que el pescador perdió la cuenta de los años que  esperando transcurrieron, asomado cada instante en un balcón de la torre, con la esperanza del regreso de su amada esposa.

Y dicen las gentes que los habitantes de la ciudadela acudían alguna que otra vez a verle, le llevaban comida, ropa limpia, y le hablaban intentando convencerlo de que abandonara su empeño, intentando hacerle ver que su mujer había desaparecido en las aguas del revuelto mar, para nunca volver junto a él.

Pero él se negaba, y se decía a sí mismo y a cuantos intentaban convencerle de lo contrario, que su mujer estaba viva, que en su corazón lo sentía, y que no abandonaría su espera aunque no hubiese una sola persona que creyera que su esposa estaba viva.

Finalmente, los habitantes de la ciudadela, apenados por ver como la tristeza y el tiempo iban poco a poco acabando con el buen pescador, y en tanto que ninguno podía convencerlo de que abandonara esa espera sin sentido, decidieron hacerle ver que nadie de la ciudadela confiaba en que la esposa del pescador hubiera sobrevivido al naufragio. Decidieron que cada uno de los habitantes de la ciudadela acudiría a la torre y escribiría su nombre en la pared, para que el pescador viera que solamente él creía en el regreso de su esposa.

Y dice la leyenda que así fue, y todos y cada uno de los vecinos se acercó a la torre y pintaron en la piedra su nombre para que el buen pescador supiera que nadie confiaba en el regreso de su esposa.
Pero el pescador, que siempre creyó ciegamente en su corazón, jamás dejó de esperarla, en lo alto de la alta torre, y nunca jamás dejó que el fuego de la cima menguara ni por la lluvia ni por el viento...

Y nunca dejó de creer, ni por un instante, que su mujer regresaría alguna vez al ver, en lo alto de la peña más alta de la costa, a su marido esperándola...



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