Sinitaivas: Historias de Otto el Piloto por jEsuSdA.
Se permite la distribución y modificación bajo licencia Creative Commons en su versión "Reconocimiento-No Comercial-Compartir Igual".
Más información sobre esta web y su contenido en la sección: Información sobre esta web.
El Sol de media tarde se escurría
por entre los altos edificios dibujando extrañas y azarosas
sombras por doquier que contrastaban con la pureza y claridad del cielo
de aquel día. La brisa taciturna acariciaba los árboles
que se balanceaban de un lado a otro como si quisieran jugar los unos
con los otros...
Yo había pedido mi tercer café porque la
conversación, dentro en el oscuro bar del hangar, en la mesa de
siempre, junto a la ventana, se tornaba más interesante por
momentos. Había conocido a un extraño personaje al que
había invitado a sentarse conmigo tras observar como intentaba
encontrar asiento sin fortuna, en el siempre concurrido bar al que
todos los pilotos acudíamos un día sí y otro
también para relajarnos tras alguno de nuestros viajes.
En sus ojos cansados y sus manos arrugadas se podía ver con
claridad el verdadero espíritu de un curtido aventurero al que
la fortuna y el tiempo no habían perdonado ni una de sus faltas,
y así era, porque, ya mediado el segundo café, me
había contado mil y una historias relacionadas con sus viajes
hacia los lugares más recónditos en busca de los
más recónditos tesoros, y de cómo casi
constantemente había sido presa del fracaso.
En sus viajes había conocido a muchas personas y, como él
mismo comentaba con nostalgia, muchas de aquellas le siguieron durante
algún tiempo. Otras veces, él les siguió. Y en
todas ocasiones sus caminos acabarían separándose,
llevando a cada cual a surcar cielos diferentes y alejados...
Su mayor deseo era el de encontrar alguien dispuesto a
acompañarle en sus viajes, o quizá alguien a quien
él pudiese acompañar, ..., en el mejor de los casos
deseaba encontrar a alguien que viajara a su lado, sin rumbo...
- ¡Un compañero leal es el mayor tesoro! - , decía
alzando la copa de cerveza colmada, como si de un gesto de brindis se
tratara, antes de ponerla en su boca para inclinarla hasta no dejar ni
el más mínimo resto de espuma en ella.
- Así es, amigo Otto, un compañero leal es el mejor
tesoro, y yo he viajado surcando los cielos en busca de alguien con
quien compartirlo, ..., alguien que lo compartiera conmigo...- y
hacía un receso, que acrecentaba mi interés por conocer
si había conseguido encontrarlo... - ¡¿Pero sabes
qué?!, que ese es un tesoro que uno no puede encontrar por mucho
que lo busque - y sentenciaba rotundamente con una risa irónica
en el rostro que me dejaba, a la vez que aturdido, más intrigado.
- Uno no puede hacer que alguien le ame, sólo puede intentar
convertirse en alguien a quien se pueda amar, ..., ¡el resto
depende de los demás!- y estallaba a reír ante mi cara de
estupor por esa enorme, sencilla, y pura verdad, que él
había tardado en descubrir, quizá demasiado tiempo...